Nací en un pequeño pueblo en la cordillera colombiana donde pasé mis primeros años entre abundancia de primos y juegos de parque. El mundo se me mostraba tentador a bordo del camión de mi papá, con él recorría el país. Entonces aprendí que los camiones son como caracoles gigantes que suben montañas y se deslizan por los valles a ritmo lento y constante, que le permite a una abrir bien los ojos, aprendí también que el mundo es otro desde ahí arriba y que las ventanas siempre pueden ser más altas.
Luego llegó la primera migración, del campo a la ciudad. Seguí creciendo entre las gentes, los edificios y las montañas de la ciudad de la eterna primavera, donde los horizontes se seguían ampliando de mano de la cámara fotográfica como herramienta para contar, para construir historias. Con la cámara en la mochila mudé de continente y en Italia continúe indagando y estudiando de mano de maestros del retrato fotográfico y del reportaje. El movimiento, siempre necesario, me devolvió al sur del continente americano, pero al sur más sur. En Buenos Aires estudié licenciatura en Crítica de Artes y el torbellino de la maternidad me rebozó los días de cuentos cotidianos en formato papel. Poco a poco fui entendiendo cómo estaba habitada por los cuentos desde siempre. Entonces empecé mi formación con maestras como Diana Tarnofky, Las Verde Violeta Cuentos, Claudio Ledesma y Adrián Yeste.
Empecé a contar con la alegría y la dicha de quien siempre vuelve. Contar es refrescar los acentos que me habitan, asomarme por la ventana del camión y a ritmo caracol volver a descubrir el mundo una y otra vez.
Actualmente vivo en Madrid y el cuento sigue.